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Nuevos Medios, Viejas Preguntas

El smartphone de Gautama

Por Salvador Banchero
Nuevos Medios, Viejas Preguntas - nº 011

Desde el comienzo de la floración de los formatos de "historias" (o "stories"), estas herramientas asociadas a diversas redes sociales cuya función es publicar o compartir contenidos con una vida pautadamente efímera, encuentro en ellas una atracción cuya naturaleza aún no termino de descifrar del todo. Especialmente si considero el hecho de que prácticamente no las he utilizado.

Pero puestos a reflexionar sobre ello tal vez el mero ejercicio de escribir estas lineas -siempre un poco náufragas, buscando hacer tierra en la piedad de algún lector o lectora- me ayude al menos a vincularme con este canto de sirena fantasmal.

Hablando de fantasmas tal vez sea justo reconocer el inicio de este protocolo de contenidos digitales efímeros en Snapchat:

Alguna vez Bo Diddley, creador de un particular ritmo de guitarra que luego popularizarían artistas de la talla de The Rolling Stones, U2 o Buddy Holly, reflexionó melancólico haber sido el encargado de abrir una puerta por la que luego pasarían todos mientras él se quedaba con el picaporte suelto en la mano. Algo así le ocurrió a Snapchat cuando Instagram, Facebook, WhatsApp y demás plataformas profundizaron el hallazgo.

Heráclito reaccionó a tu historia.

"Lo único permanente es el cambio". "Al mismo río entras y no entras, pues eres y no eres". Estos conceptos, adjudicados a Heráclito, el "Oscuro de Éfeso", introducían ya dos mil quinientos años atrás la idea de transitoriedad en el todo. Por aquellos años también, pero algunos miles de Km. hacia Oriente, despuntaban reflexiones similares con el nacimiento de esa doctrina filosófica y espiritual que hoy conocemos como Budismo.

Con mayor o menor seriedad según el caso, en las últimas décadas han surgido intentos de unir algunas de estas consideraciones filosóficas a la ciencia moderna. Las perspectivas no-dualistas de oriente que unen la mente y el mundo fenoménico o material como una única cosa o realidad (tal vez ilusoria), han sido puestas a dialogar con la ciencia, con más resultados de provocación reflexiva que rigor histórico o científico. Un ejemplo de ello es la inquietante familiaridad de algunos de estos preceptos filosóficos con la física cuántica y la realidad última del universo de las micro partículas y su indeterminación. Pero hablemos de impermanencia:

Gautama te ha etiquetad en su estado.

Dentro de las doctrinas budistas existen ciertas enseñanzas sobre lo que dan en llamar Tri-Laksana o las tres características sobre la existencia o el mundo percibido. Juguemos, veamos qué links pueden reflejarse entre tales reflexiones milenarias y estos contenidos digitales de carácter efímero.

La primera de estas características es el Anitya, la transitoriedad. La idea manejada más arriba respecto de que toda realidad está sujeta y condicionada al cambio permanente. Esto pareciera una observación obvia a los ojos del siglo XXI, mediados ya por siglos de ciencia y pensamiento filosófico. Pero eso no impide advertir que solemos prescindir de esta certeza en nuestras vidas cotidianas aún hoy. Tal vez como mecanismo de defensa funcionamos como si debiéramos dar por sentadas las realidades que nos rodean.

Tal vez la lentitud con la que una simple roca modifica inevitablemente su forma a través de millones de años de acción de vientos, aguas o areniscas, nos sumerja en la ilusión de que hay cosas que no parecen cambiar. Pero de cualquier modo lo hacen -todo lo hace- más veloz o más lentamente. Y la realidad de estos contenidos de naturaleza efímera, programados para desaparecer a la brevedad, quizás sean un buen recordatorio de que la idea de intentar atrapar y aferrarse a cualquier realidad puede no ser el mejor modo de vincularse con ella.

La segunda característica de toda realidad -siempre según esa doctrina filosófica y espiritual que representa el Budismo- es el Anātman o insustancialidad. Algo así como la ausencia de un "yo" o existencia intrínseca perdurable. Anātman quiere decir literalmente "No-alma". Se concluye en la idea de que si todo cambia (Anitya, transitoriedad) entonces resulta imposible la existencia de un aspecto permanente en el ser individual de cualquier fenómeno. La única realidad permanente es esa verdad última o absoluta a la que llaman Nirvana, una realidad que no conoce el cambio.

Así, la existencia individual de cada cosa o ser (un concepto disparatado desde una concepción budista pero que me permitiré para entendernos) está de algún modo interconectada a esa verdad última, a ese todo en donde se imprimen ciertas huellas de cada vida, cosa o fenómeno de nuestra realidad.

Tal vez valga la pena aquí una breve digresión en esta filosofía oriental para viajar a principios del siglo XX, cuando el psiquiatra y ensayista Carl Gustav Jung conceptualizó la idea del Inconsciente Colectivo. Un postulado que propone la idea de un sustrato, o depósito de información, común a todos los seres humanos de cualquier tiempo y lugar. Una suerte de reservorio de símbolos primitivos del que abrevamos y con el que colaboramos imprimiendo en él nuestras propias vivencias. Algo así como ese universo en línea al que llamamos la nube, de la que bajamos y subimos información, pero con símbolos en lugar unos y ceros.

De una forma u otra, estos conceptos pueden tener un correlato en nuestro objeto de estudio, los contenidos efímeros, cuya sustancia en sí misma no es tal y desaparecen para dar paso a una fantasmal huella en el registro de los servidores y/o almacenamiento propio.

La tercera característica es el Duḥkha, y refiere al sufrimiento, aunque más bien valdría una traducción hacia conceptos más afines como insatisfacción o descontento. Se establece que es justamente la eliminación de esta insatisfacción el propósito de este juego dispuesto que vendría siendo la realidad (esta realidad que en términos budistas es apenas ilusoria). Tal descontento es en parte causado por un vínculo de no-aceptación natural de las dos primeras características, la impermanencia y la insustancialidad, lo que deviene en un deseo (de cambiar esos atributos de la realidad) que jamás se verá satisfecho.

El vinculo de esto último con la realidad efímera de los contenidos conocidos como stories o estados, parece evidenciarse muy rápidamente. A las pandemias de ansiedad digital que solemos tener los usuarios por atrapar todo y no perdernos de nada (esa sensación incómoda de que si no estamos atentos a cualquier feed podemos perdernos algo), se le ha sumado en los últimos tiempos la desafiante presencia y provocación de estos contenidos premeditadamente efímeros.

Demasiada información.

Existe algo llamado technostress, o ansiedad digital, un problema que dos mil quinientos años atrás no existía para ningún ser humano que habitara nuestro planeta. Naturalmente esto no quiere decir que no existiesen entonces otras fuentes de ansiedad y distracción que desembocaran en una sensación de deseo insatisfecho.

Estas mismas doctrinas citadas anteriormente señalaban la vía de escape a dicho "sufrimiento" como un camino hacia adentro y no hacia afuera. Ningún calmante o respuesta estaría en la proyección del problema sino en la fuente del mismo, es decir en nuestra propia percepción del mundo. Y así se invitaba a sumergirse en la profundidad de nuestro ser, donde las aguas dejaran de agitarse por el incesante movimiento del afuera para transformarse en una quietud dichosa que nos permitiese ver la realidad y su naturaleza sin interferencias.

Tal vez sea justo aquí donde este lúdico paralelismo decida separarse. Porque el universo virtual que sostiene el feed de estos contenidos propone las salidas para un eventual detox digital desde y dentro de su propio ecosistema. Un monje budista posiblemente viese esto como una solución ilusoria, para un problema ilusorio, dentro de una realidad ilusoria. Es decir que ninguna realidad inmutable podría entrar en juego para romper algún eslabón del tejido ilusorio de la realidad, lo que las religiones dhármicas denominan Maya.

Pero en el tejido de nuestras redes sociales son las mismas aplicaciones y plataformas quienes incorporan alertas a nuestros dispositivos sobre tiempo de consumo para manejar comportamientos adictivos. Son las mismas aplicaciones y plataformas las que ofrecen cobijo al incesante ruido de información con apps de relajación o meditación.

Los planteamientos de carácter filosóficos nos exigen en ocasiones ciertos niveles de abstracción. El mundo de la naturaleza, los ríos, las estrellas o los árboles, por citar tres ejemplos, han sido fuente de innumerables reflexiones sobre nuestra percepción de la realidad a través de siglos y siglos de pensamiento. Parecemos estar obligados a experimentar la realidad desde una perspectiva y foco de conciencia humana, y para eso desde siempre echamos mano a aquello nos rodeaba, desde el río de Heráclito, las estrellas de Ptolomeo o el árbol de Descartes.

¿Será tal vez posible que, contra todo pronóstico, la virtualidad a la que hoy sometemos intensamente a nuestros sentidos, nos ofrezca también una posibilidad de reflexión sobre el afuera, sobre lo concreto de esa vida fenoménica que experimentamos? Tal vez no se trate de qué elegimos mirar sino de cómo elegimos mirarlo… al menos mientras lo observado siga estando ahí.
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